Hace años, no sé si por herencia de los publicistas que retrataba Mad Men, los expertos en marketing -los marketeros- se convertían a sí mismos en escaparates para cautivar a sus clientes. Un buen traje de chaqueta, una corbata clásica y bien anudada, una falda ajustada, unos tacones de vértigo, un buen lápiz labial y unas gafas con montura al aire constituían una tarjeta de presentación sinónimo de éxito.
Los accesorios eran también importantes. Maletín de cuero, carpetas de cartulina tuneadas, bolígrafo negro de marca –a ser posible con un toque dorado-, folios blancos o libreta de rayas para tomar buena nota de las necesidades del futuro cliente. Tarjetas de visita con letra cursiva y pocos datos, un porfolio de dimensiones considerables y móviles –no al principio, pero sí luego- que pesaban lo suyo y sólo servían para recibir llamadas y aparentar que uno era importante. Sin olvidar los coches y el “postureo“… pero eso será otro post.
Luego apareció Internet. Y los marketeros tuvieron que hacer la migración al marketing digital y cambiar su imagen. Adiós a las chaquetas y a las corbatas serias; adiós a los tacones altos y bienvenidas las allstar; se desenfundaron las faldas para embutirse en vaqueros de marca y renegaron de las gafas con montura al aire por unas de pasta gruesa que dan un aire más intelectual.
En el camino se quedaron los maletines, los folios en blanco, los portfolios, el bolígrafo y las carpetas. El teléfono móvil asumió todas esas funciones y se convirtió en la oficina virtual. La tarjeta de visita se redujo a un código QR con toda la información necesaria y el pendrive una forma cómoda, reducida y eficaz de hacer propuestas y presupuestos y de mostrar el trabajo.
Y un último dato. Antes, el marketero iba a escuchar al cliente, a conocer su empresa, sus objetivos. Luego se tomaba un tiempo para preparar la oferta y volvían a encontrarse para llegar a un acuerdo.
Ahora, el marketero le cuenta al cliente cómo está su empresa y cuáles deben ser sus objetivos, después de haber monitorizado su negocio, el de la competencia, tras analizar su reputación digital, sus crisis en las redes y su yo virtual. Yo les tengo mucho respeto, los tipos ésos saben de uno más que uno mismo.